Una obra de construcción en Villena, Alicante, sacó a la luz, por casualidad, un tesoro de casi 10 kilos oculto desde la Edad de Bronce

La historia del Tesoro de Villena, uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de Europa occidental, comenzó de forma insospechada en el otoño de 1963. A causa del auge urbanístico en Villena (Alicante), las obras comenzaron a requerir grava de zonas más alejadas. Fue en ese contexto cuando el albañil Francisco García Arnedo encontró, entre la grava de una obra en la calle de Madrid, una pieza metálica que creyó parte de un camión. Sin saberlo, sostenía en sus manos un brazalete de oro prehistórico.

 Un hallazgo fortuito que cambió la historia  

El objeto pasó de mano en mano hasta llegar a Carlos Miguel Esquembre Alonso, joyero local, quien supo reconocer su autenticidad y dio aviso al arqueólogo villenense José María Soler García. 

Soler, ante la posibilidad de que se tratase de un hallazgo importante, avisó al juez de Instrucción de Villena para que se iniciaran las diligencias. Aunque en un primer momento no se logró determinar el origen exacto del brazalete, las pistas continuaron apareciendo.

Un mes después, el 25 de noviembre, el mismo joyero recibió otro brazalete similar. Esta vez lo llevaron Encarnación Martínez Morales y su esposo Juan Calatayud Díaz, transportista de gravas, quienes aseguraron que pertenecía a una abuela. Sin embargo, la similitud entre ambas piezas y la presencia de tierra adherida alertaron a Soler, quien insistió en que se iniciaran nuevas averiguaciones. Finalmente, Calatayud confesó haber encontrado el brazalete en una rambla al pie de la Sierra del Morrón.

 La excavación que reveló un tesoro sin igual  

El 1 de diciembre de 1963, Soler, acompañado por varios vecinos, se dirigió al punto señalado por Calatayud en la conocida como Rambla del Panadero, en el valle de Benejama. Tras horas de excavación infructuosa, Pedro Domenech, uno de los acompañantes, detectó con su azada dos brazaletes y el borde de una vasija. Era el principio de un descubrimiento único.

Sin apenas luz y sin medios técnicos, tomaron una difícil decisión: no dejar el hallazgo allí. Enviaron a dos jóvenes en busca del fotógrafo Miguel Flor Amat y del abogado Alfonso Arenas. Dos horas después, se tomaron las únicas imágenes del hallazgo. Esa misma noche, la vasija fue trasladada en taxi al despacho de Soler. Dentro, 59 piezas de oro, plata, hierro y ámbar esperaban a ser estudiadas.

La composición del tesoro dejó atónitos a los expertos. En total, se contabilizaron 28 brazaletes de oro y uno de hierro, 11 cuencos, cinco botellas, varias piezas pequeñas de oro y ámbar, y otras partes que podrían haber sido empuñaduras o centros decorativos. El peso total se acercaba a los 10 kilos. Particularmente llamativas son las piezas de hierro, pues se trata de las más antiguas conocidas en la Península Ibérica, de una época en la que el hierro era considerado un metal precioso.

 Reconocimiento nacional e internacional  

La primera exposición del Tesoro de Villena tuvo lugar en Navidad de 1963, en el Museo Arqueológico local. Pocos días después, el 27 de diciembre, se sumó una nueva pieza: un brazalete entregado por Pedro Lorente García, ferroviario, quien lo había encontrado meses antes sin conocer su valor.

Desde entonces, el Tesoro ha recorrido el mundo: ha sido expuesto en Madrid, Alicante, Tokio y Kioto. Su relevancia es tal que solo existe un conjunto más importante en Europa: el tesoro de las Tumbas Reales de Micenas, en Grecia. El original se guarda en una vitrina blindada en el Museo Arqueológico de Villena, y existen dos réplicas completas que permiten su exhibición sin riesgo.

Hoy, más de seis décadas después, el Tesoro de Villena sigue siendo símbolo del patrimonio arqueológico español, testimonio de una Edad de Bronce que, lejos de ser primitiva, brillaba, literalmente, con luz propia.

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