VERDI EN GRANADA: IN PRIMIS ET ANTE OMNIA

En este Carmen de Ronconi, entonces conocido como Buenavista, fue el alojamiento de Verdi durante su visita a Granada
Granada - Publicado el - Actualizado
6 min lectura
El más grande de los barítonos de la época, el veneciano Giorgio Ronconi, aclamado y deseado por los públicos de los mejores teatros de ópera, apareció en 1852 por Granada, y tanto le impresionó la ciudad que decidió convertir el carmen de Buenavista (hoy de Ronconi) junto a la Alhambra, en su residencia para sus periodos de descanso.
A primeros de enero de 1863, Giuseppe Verdi y su esposa, la tiple Giuseppina Strepponi (que cantó junto a Ronconi en el estreno de Nabucco, llevado a cabo en la Scala de Milán, en 1842), llegan a Madrid tras fatigoso viaje desde la gélida y aristocrática San Petersburgo, donde se presentó la última producción del maestro, La forza del destino, con el fin de darla a conocer en el teatro Real. El drama, adaptación Don Álvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas, fue ensayada y dirigida por Verdi y, huelga decir que fue todo un éxito. Aunque a través de la prensa madrileña se pidió que Ronconi, que se hallaba en Granada, participase en las funciones del Real junto a Verdi, la petición no llegó a prosperar.
Tras dirigir el estreno y tres representaciones de su ópera, Verdi y su esposa visitaron El Escorial y Toledo, y pocos días después, el matrimonio tomó la diligencia de la empresa “La Cordobesa” que en su servicio de “gran velocidad” los llevó a la ciudad califal en treinta y tres horas, en un apresurado viaje que continuó con breves visitas a Sevilla, Jerez, Cádiz (ciudades fácilmente asequibles gracias a la novedosa línea de ferrocarril inaugurada hacía un par de años) y, finalmente, Granada, a cuya Estación de Transportes General de la calle Tablas (la vía de ferrocarril procedente de la Andalucía Occidental estaba en fase de construcción) llegaron el domingo 8 de marzo por la tarde, tras un azaroso viaje en diligencia por sinuosos y descuidados caminos, perjudicados, además, por la lluvia de aquellos días.
Ronconi, junto a su esposa y su hija, algunas relevantes autoridades municipales y varios aficionados recibieron a los exhaustos viajeros con vítores y proclamas. Tras el inevitable, aunque breve agasajo de bienvenida, un carruaje los llevó por la cuesta de Mauror, entre frondosas arboledas, hasta el hermoso carmen de Buenavista, donde se alojaron. Se daba la casualidad de que ese mismo día, 8 de marzo, se cumplían veintiún años del estreno en la Scala de Milán de Nabucco, y, desde entonces, compositor e intérprete no habían vuelto a coincidir, aunque no dejaron de mantener una relación epistolar.
En la paz de los cuidados jardines del carmen departieron y recordaron viejas anécdotas musicales y políticas de la desunida Italia de aquellos tiempos. Paz que duró hasta las diez de la noche, hora en la que aparecieron junto a la puerta del carmen gran número de músicos pertenecientes a las tres bandas militares que por aquellos tiempos tenían guarnición en Granada, y que, unidas en una sola, obsequiaron a Verdi con una serenata nocturna con piezas de sus óperas, mientras un verdadero gentío de admiradores vitoreaba al famoso compositor.
A la mañana siguiente visitaron la Alhambra junto al escritor Pedro Antonio de Alarcón, que se hallaba en Granada por casualidad, tras haber acompañado a su padre en sus últimos días; el poeta y consejero provincial, José Salvador de Salvador; y el propio Ronconi. Según las crónicas de prensa, el monumento nazarí arrancó gritos de entusiasmo al autor de Rigoletto. Tras la visita, bajaron la cuesta de Gomérez hacia el centro de la ciudad para visitar la Catedral y la Capilla Real. En la bóveda donde se encuentran los restos de los Reyes Católicos, de doña Juana la Loca, don Felipe el Hermoso y el príncipe Miguel, se produjo una curiosa anécdota, pues Alarcón, al parecer, le comentó a Verdi que la situación le recordaba a la visita que Carlos V hace al sepulcro de Carlo Magno en la ópera Ernani; el compositor, conmovido, extendió su mano sobre el ataúd de plomo que guarda los restos de la abuela de Carlos V, y cantó a media voz un breve fragmento de la ópera citada, aquel en el que se dice: ¡O Summo Carlo!
Ronconi en Granada era considerado poco menos que un santo, por sus frecuentes actos de beneficencia y ayuda a los más menesterosos que no dejó de llevar a cabo desde su llegada. En 1860 se enfrascó en la creación de una Escuela de Canto y Declamación que llevó el nombre de Isabel II, y que, una vez rechazadas las ayudas por las instituciones, tuvo que ser costeada y dirigida por él con la ayuda de algunos profesores granadinos. Al loable proyecto, sin embargo, apenas le quedaba un año, pues contratiempos e ingratitudes varias acabaron con sus anhelos de forma lamentable, e incluso Ronconi se vio obligado a vender su carmen y abandonar la ciudad.
Pero la noche del lunes 9 de marzo, los más destacados alumnos de la Escuela ofrecieron a los Verdi algunos coros y dos arias de algunas de sus óperas que cantaron el mismo Ronconi y su más destacado alumno, el tenor Lorenzo Abruñedo (que tendría una notable carrera musical). La velada se efectuó en el angosto salón que la Escuela tenía en la calle Duquesa n.º 42, por desacuerdo con el empresario del teatro Principal, que estaba ocupado esos días por una compañía de zarzuela. Faltaban seis meses para que en Granada se inaugurara otro teatro: el flamante Isabel la Católica, con más capacidad y más comodidades, en los aledaños de la plaza de los Campos.
El día 10 por la mañana, Ronconi y Verdi disfrutaron de un paseo por los bosques de la Alhambra, y tras una comida íntima y temprana, emprendieron camino hacia Madrid en la diligencia de la compañía de transportes del Norte y Mediodía, con dos noches de parada y fonda. Verdi consiguió llegar a tiempo para dirigir una función de La forza del destino, que seguiría figurando en los carteles del teatro Real hasta mediados de abril; departir amistosamente con la reina Isabel II en audiencia privada; y ya, sin más demora, ponerse rumbo a París. En cartas posteriores, Verdi reconoció que primero y ante todo (In primis et ante Omnia) lo visto en su periplo andaluz, la Alhambra había sido lo que más le había impresionado. Unos días después, Ronconi dejó su carmen, su escuela y sus labores benéficas (que incluían reparto de pan todos los lunes para los más necesitados) al cuidado de sus amigos granadinos y emprendió viaje hacia Londres, en cuyo teatro del Covent Garden era el más aclamado y esperado de los barítonos.