Un pueblo de 79 censados de Teruel se llena de personas de todo el país tras la decisión de un vecino: "Antes jugaba más"

En este municipio de la España olvidada, no hay colegio desde hace 25 años, y en el único bar del pueblo es donde los vecinos se juntan

El Ayuntamiento y el bar de Cucalón
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Poniendo las Calles

Carlos Moreno 'El Pulpo' cuenta la historia positiva del pueblo de Cucalón con Carlos Alegre, Juan Llorente y José Vicente Herrera

José Manuel Nieto

Publicado el

3 min lectura

En el corazón de la España vaciada, donde el eco del silencio suena más alto que cualquier otra cosa, un pequeño pueblo turolense llamado Cucalón ha logrado lo que parecía imposible: atraer a cientos de personas de toda España con una iniciativa tan sencilla como nostálgica. Un campeonato de futbolín ha devuelto la vida, aunque sea por unos días, a esta localidad de apenas 79 personas censadas y sin colegio desde hace 25 años.

La historia arranca en el único bar del pueblo, que hace las veces de centro social. Allí, cada fin de semana, un grupo de amigos se reúne en torno a una mesa de futbolín. Entre cerveza y cerveza, lo que comenzó como un pasatiempo se ha convertido en una cita nacional que ha colocado a Cucalón en el mapa. Carlos Alegre, secretario de la Asociación de Futbolín de Cucalón, fue quien dio el paso: “Cada día jugamos y echamos una cerveza. Nos dimos cuenta de que esto podía ser algo más”.

Panorámica de Cucalón, en Teruel

turismoenaragon.com

Panorámica de Cucalón, en Teruel

El campeonato, que va por su segunda edición, ha crecido con fuerza. La primera convocatoria ya reunió a 115 parejas, muchas de ellas llegadas de otros puntos de España. “Lo hacían hace 12 años en el pueblo de al lado, en Villahermosa del Campo, y lo dejaron. Decidimos recuperarlo nosotros”, explica Carlos Alegre.

El futbolín como excusa

En este enclave del Jiloca turolense, donde la despoblación ha borrado servicios básicos como el colegio, el futbolín se ha convertido en una excusa para volver a encontrarse. Juan Llorente, vecino del pueblo, lo resume con claridad: “Sin este tipo de actos, la población es escasa. Siempre se buscan cosas para disfrutar juntos”. En un mundo cada vez más virtual, Cucalón apuesta por lo tangible: mesas, bolas, risas, conversaciones y partidas hasta altas horas.

El evento se celebra en el pabellón municipal, con el apoyo del ayuntamiento, y se completa con comida popular, hinchables, música y productos típicos de Aragón. Un esfuerzo colectivo con pocos recursos y mucha ilusión. José Vicente Herrera, alcalde de Cucalón, lo tiene claro: “Es una cosa buena para el pueblo, porque viene gente de distintas provincias de España. Se da a conocer tanto el pueblo como la comarca y la provincia”.

El pabellón de Cucalón

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El pabellón de Cucalón

Para muchos, este torneo no es solo un juego. Es un intento de recuperar una parte de su infancia y de su identidad. “Antes se jugaba mucho más”, recuerda Carlos Alegre con algo de nostalgia. “Los jóvenes de ahora casi no juegan. Queda esa generación de 40 o 50 años que todavía lo disfruta como entonces”.

La España vaciada también juega

El caso de Cucalón es un ejemplo más de cómo la España olvidada se niega a desaparecer. Con imaginación, empeño y un guiño a la tradición, ha conseguido algo que a veces ni las grandes inversiones logran: que la gente venga, participe y, lo más importante, se quede con ganas de volver.

En tiempos en los que se multiplican las propuestas para repoblar las zonas rurales, historias como la de Cucalón refuerzan el valor de lo sencillo. El futbolín, ese juego de barra de bar, ha servido de excusa para tejer comunidad, recuperar la alegría y ofrecer un plan atractivo en plena provincia de Teruel.

El éxito del campeonato no ha pasado desapercibido y ya hay interés por replicarlo en otros pueblos. Lo cierto es que iniciativas como esta encajan perfectamente con proyectos impulsados por entidades como La España Vaciada o programas como Pueblos Vivos Aragón, que buscan frenar el abandono rural.

Mientras tanto, en Cucalón, el futbolín sigue rodando. Y aunque el marcador sea digital y la mesa pese 130 kilos de melamina, el espíritu sigue siendo el mismo: pasarlo bien, juntarse y mirar hacia el futuro con una sonrisa. Porque sí, en un pueblo sin colegio ni supermercado, todavía hay cosas que pueden llenar de vida una plaza. Aunque sea con una ficha roja y otra azul.

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