La pedida más rociera: Un carretero se arrodilla en Villamarique ante el Simpecado de Córdoba

En el corazón del camino hacia El Rocío, donde la devoción y la emoción se entrelazan con el polvo del sendero y el sonido de las sevillanas, Juan Bautista tenía preparada una sorpresa inolvidable. Carretero de pura cepa y rociero de los que sienten, llevaba tiempo guardando en el alma un momento especial para pedirle matrimonio a su novia Silvia, su compañera de vida durante los últimos diez años. Ambos comparten desde siempre su amor por la Virgen del Rocío y por todo lo que rodea a la romería. 

Y si hay un instante que para ellos tiene un significado especial, ese es la llegada a Villamanrique de la Condesa. Allí, entre vivas, cantes y lágrimas, se detienen las hermandades para rendir homenaje a la tradición más antigua del camino. 

Fue precisamente allí, en una abarrotada Plaza de Villamanrique, donde Juan Bautista se detuvo frente a la carreta que porta el simpecado de la Hermandad de Córdoba, su hermandad. Con el sombrero en una mano y el corazón en la otra, se arrodilló ante Silvia y le pidió matrimonio. El silencio se hizo por un segundo entre el bullicio, roto enseguida por aplausos, lágrimas y vítores cuando ella, emocionada, dijo que sí. No faltaron las sevillanas tras la pedida, ni los abrazos sinceros de los hermanos y peregrinos. 

Fue un momento cargado de sentimiento, de esos que el camino guarda en su memoria colectiva. Un amor de diez años sellado en el lugar donde el alma rociera late con más fuerza. Porque si hay una manera de pedir matrimonio siendo rociero, es así: con la arena en los pies, la fe por delante y el corazón lleno de música y devoción.